Pararme los pies.

 Barrera de coche realista con señal de stop. | Vector Premium 

Silvia.

Tenía una sonrisa que llenaba la habitación, aún en la medio penumbra que organizaba para nuestros encuentros. Recuerdo que cuando nos vimos por primera vez, mucho tiempo después, en la calle, le sorprendió mi color de ojos. Nunca había visto mis ojos.

 Tenía fama en toda Barcelona, en los foros, en los grupos de Telegram, en todas partes, por ser especialmente entregada. Entregarse. Hay un acto de sujeto en entregarse. Yo me entrego. Soy yo quien se entrega. Entregarse es también una autoafirmación. Yo me entrego durante este tiempo concertado porque yo me poseo.

Habíamos estado juntos dos veces antes. Habíamos jadeado hasta lo indecible. Una sinfonía. Y en la tercera cita, la besé. En la boca.

Como un tren de mercancías que frena en mitad de una recta yendo a máxima velocidad, todo se detuvo. Su gesto. Su sonrisa desapareció. No la reemplazó un gesto de desagrado. No había nada de rechazo en ella. Simplemente, una barrera. No debía volver a traspasar aquella frontera. Fin.

Cuando le tren volvió a ponerse en marcha, recuperó la velocidad justo donde lo había dejado.

Volví a casa lleno de algo nuevo. Con la certeza de que ella tenía ese poder de frenarme. Luego, en cada cosa que habíamos hecho, que nos habíamos hecho, ella no había frenado. La certeza de su fuerza era un nuevo placer en mi. Una nueva satisfacción.

Es difícil explicar esto para quien tenga el apriori de que soy un violador que paga.

Sólo puedo dar las gracias a todas y cada una de las putas que he conocido. Por haberme hecho un mejor amante, una mejor persona.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Amor

Las mujeres sin rostro.

Trata y esclavitud sexual.