Lo que aprendí

 Este blog nace como una especie de reivindicación personal. No es un diario, no es una confesión. Es un intento darle voz humana a un monstruo: El cliente de servicios de prostitución. El putero.

El putero aprende, ama, miente, se asusta. No se trata aquí de exonerarle, ni de convertirlo en una víctima, como tanto se pretende hacer actualmente con todo sujeto que quiera acreditar su derecho a una voz propia. Muy al contrario, se trata de algo más simple: Evidenciar su existencia.

Una de las primeras motivaciones que me llevan a abrir este blog es el abolicionismo. Respeto profundamente este movimiento y me parece de gran valor moral, aunque no comparta buen parte de sus presupuestos, o al menos, algunos. Pero lo que más me sorprende es que, curiosamente, parece como si el abolicionismo nos respetara más a los puteros que a las putas. Toda medida abolicionista parece tomarse antes contra ellas o sus condiciones de trabajo (permítanme que yo lo considere un trabajo) que contra nosotros.

Nosotros sólo somos le monstruo. No se nos nombra. Se apela a nosotros como una existencia no existente. Se nos trata como animales que cazan en grupo o como perversos violadores que compran el derecho a asaltar a una mujer. Estamos, por tanto, fuera de los planos humanos.

Eso me parece interesante. Quizás sí, soy un monstruo.

5 grandes adaptaciones de Frankenstein o El Moderno Prometeo de Mary  Shelley - DARK

Si dejo aquí por escrito que he amado y amo a la mayoría de las mujeres con las que he pagado por estar, pero no siempre ha sido así, sitúo un elemento, el amor, que no creo pueda atribuirse a un monstruo. Así que, si sigues leyendo o piensas que esto tiene sentido, si piensas que es posible que sienta amor, respeto, complicidad, cariño, por una puta, ¿soy un monstruo que ama?

Creo que lo más revelador de mi vida como putero es el amor. A veces es un amor- amistad. Otras veces es amor-deseo. O tras veces es amor-ternura. Otras veces es amor-poder...

Y lo siguiente más importante es que aprendí. Aprendí a amar. Me enseñaron a amar. Las putas me enseñaron a amar a las putas. No encontré ni una sola razón para amar a las putas en el abolicionismo. Pero sí en las propias putas. En algunas, de forma explícita.

Tengo suerte. He pasado con creces el ecuador de mi vida. Vivo en una ciudad maravillosa como es Barcelona. Tengo las necesidades vitales más que cubiertas. Y he aprendido de las putas. De unas mujeres a las que sólo parece que se les pueda proteger, victimizar, ... He aprendido a amarlas. Y me lo han enseñado con ternura, con una sonrisa, o parándome los pies.

Ellas, por tanto, son en realidad la razón por la que doy el paso a escribir. También, por tanto, como homenaje a ellas.

Así, en cada entrada que atreva a lanzar, realizaré este simple, directo y permanente gesto: firmar cada texto con un: GRACIAS A TODAS LAS PUTAS QUE CONOCÍ.

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