¿Abolición ya? Sí, ¿pero de qué?

Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y su abolición

Como habreís ido viendo, este blog recoge una serie de experiencias personales sobre la prostitución desde la óptica del cliente. Y el enfoque general es el agradecimiento a estas extraordinarias mujeres que en general he encontrado en este mundo, de las que tanto he aprendido y tanto me han aportado. Mucho más allá de una satisfacción sexual, aunque con esto no quiero decir que la satisfacción sexual sea algo menos importante, pues es una de las necesidades básicas del ser humano.

La cuestión que plantea el movimiento abolicionista, que como sabéis si habéis leído mis anteriores entradas, es un movimiento que cuenta con todo mi respeto aunque difiera en algunas de sus posiciones, ya que creo que desea lo mejor para las mujeres aunque creo que la óptica sea equivocada, queda, en realidad, de alguna manera refrendada por este blog. Básicamente, podría decirse que este putero que les habla está diciendo que ha recibido mucho más que satisfacción sexual por parte de las prostitutas, así que más desigual y explotador es este intercambio.

Y, debo decir, que les doy la razón. El intercambio es totalmente desigual, me siento que he recibido mucho más que el dinero que he dado. Aunque, debo decir, esto no sólo lo puedo decir respecto a la prostitución. He estado en análisis durante más de 20 años con dos profesionales distintos y en esa experiencia ocurre igualmente: ¡¡Es incalculable el valor y el crecimiento personal que he adquirido por 50€ la hora!! ¿Podemos inferir por tanto que también a mis psicoanalistas les explotaba?

Lo que aparece como un hecho diferenciador es la humillación y la acción de poder. Obviamente, nadie piensa que yo haya humillado a mis psicoanalistas. Tenían herramientas de sobra para defenderse, simplemente tendrían que haberme tirado a la cabeza alguno de los tomos de los Seminarios de Lacan y haberme dejado KO. Digo esto en broma y en serio, es decir, creo que la sociedad le da un peso a su formación y a su actividad que les permite poder denunciarme si yo tengo un trato indigno con ellos. Esto no ocurre con las prostitutas. Se entiende que si alguna prostituta recibe un trato indigno, que no desea tolerar, no tiene herramientas para defenderse. En ese caso, me pregunto ¿de dónde viene esa incapacidad?

El poder de mis psicoanalistas viene dado por la sociedad y por la validez que se da a su actividad. Imaginen que no son mis analistas, sino que son ladrones y querían robarme: ¿Verdad que todo el mundo entendería que les insultase o que tratara de tener un comportamiento inaduecuado con ellos? Claro, pero no se entiende porque, efectivamente, su tarea es entendida como un bien que hay que respaldar y por tanto tienen derechos como personas que son y por la actividad que realizan. ¿Por qué no las prostitutas?

En mi opinión, es la sociedad la que denigra la prostitución, no los puteros. Es la sociedad la que impide que las prostitutas tengan herramientas legales, físicas, psicológicas, ... para defenderse de los puteros que las tratan con falta de dignidad. Es el no considerarlo como un trabajo lo que les pone en situación de vulnerabilidad.

Una mujer que limpia en un hogar puede verse forzada a aguantar comentarios inapropiados o incluso mal trato debido a su situación de vulnerabilidad, ¡pero cualquiera correría a ayudarla si ella lo pidiese! El secretismo y la clandestinida de la prostitución impiden que se haga igualmente.

Otra cuestión es quien considera que la sexualidad implica la indignidad. Es decir, no son las condiciones, sino la propia naturaleza del trabajo el que hace que no sea trabajo. Es decir, que por muy humano que sea el encuentro entre putero y prostituta, por muy respetuoso, al ser de naturaleza sexual es indigno, porque la sexualidad no se puede comercializar.

Este argumento sólo me parece honesto cuando es sostenido por gente ultracatólica, que se opone a la prostitución igual que se opone a Tinder o a la pornografía. Es decir, la sexualidad es un elemento sagrado y, por tanto, separado del resto, que no puede concederse a cambio de dinero.

Ante esas personas, nada tengo que objetar. Simplemente les diría que es muy posible que nunca hayan sido clientes de este servicio (o bien estarían usando una doble moral), y que mi mentalidad ha cambiado al serlo.

Así es, yo era un depredador. Un depredador suave, de los que tratan bien a las mujeres, pero que piensa en lanzar sobre ellas todo su deseo sin tenerlas en cuenta, sin baile, sin diálogo, simple sadismo educado. Y fue este sadismo el que me llevó a ser cliente, pero fue ser cliente el que me sacó del sadismo. Porque encontré delante mujeres fuertes, empoderadas, dispuestas a hacerme aprender y hacerme entender. Y tuve mucha suerte de ello. Pero, ¿de dónde viene ese sadismo mío, por más suave que sea? Eso sí ha de ser abolido.

De hecho, ¿qué más da que no pueda pagar por sexualidad si sigo teniendo ese sadismo?

Si contacto con mi pareja sexual en un bar, pero mi práctica sexual se basa en desear empotrarla y hacerle sentir culpable por todo lo que no me complazca, ¿qué? Pues bien, quien se comporte así con su pareja de sexo gratuito, lo hará con una prostituta, y viceversa. Quien lo haga con una prostituta, lo hará con el sexo gratuito.

Si abolimos la prostitución, ¿abolimos esta violencia engendrada mucho más profundamente en la forma en la que constituimos nuestra gestión del deseo? En absoluto. 

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